martes, 14 de diciembre de 2010

MIZQ1. VI. "Construir la izquierda que la derecha no quiere" Tejada, Sergio

Los partidos tradicionales de la derecha y el converso partido de gobierno, así como sus socios menores (Partido Humanista, UPP, etc.), han sido los grandes derrotados en los comicios regionales y municipales del 3 de octubre. Mientras tanto, el partido Fuerza Social, conjuntamente con las agrupaciones que lo apoyan, ha logrado una victoria histórica en Lima. Las alianzas y/o acuerdos políticos del Partido Nacionalista Peruano han triunfado en primera vuelta en Cuzco, Arequipa, Junín y Piura. Otros triunfos importantes de las fuerzas progresistas se han dado en Cajamarca, Madre de Dios y, posiblemente, en Puno.

La victoria de Villarán abre la posibilidad de una gestión municipal diferente pero sobre todo influye sobre el sentido común limeño, hegemonizado por tanto tiempo por el conservadurismo. Sin embargo, preocupa la actitud vergonzante de muchos dirigentes de la Confluencia, que se evidenció, entre otras, en su incomodidad ante la consigna “¡la izquierda unida jamás será vencida!”. Si no queremos ser la izquierda que la derecha necesita, pensemos la izquierda desde la izquierda.

La izquierda y el espacio nacional-popular

El aporte de Gramsci es fundamental para reinsertar a la izquierda en el campo popular. Gramsci constató que en Italia existía un divorcio, expresado incluso en el lenguaje, entre “nación” y “pueblo”, por tanto, se requería de una “voluntad colectiva nacional-popular” que, no obstante, era imposible “si las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política” (1998:14) En el Perú, los momentos de irrupción de nuevos actores políticos generaron gérmenes de voluntades colectivas nacional-populares: en las primeras décadas del siglo XX, con el movimiento obrero; en la década del 60 con el movimiento campesino; y a partir del “Baguazo” con el movimiento indígena. La primera irrupción posibilitó el efímero gobierno de Billinghurst, así como la fundación del Partido Socialista y del APRA, mientras que la segunda dio lugar al Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas.

En un país multiétnico y pluricultural, con una síntesis inconclusa entre dos matrices civilizatorias (occidental -cristiana y andino-amazónica), heterogéneo estructuralmente, en donde, para usar una expresión de Marx, “no solo nos atormentan los vivos, sino también los muertos”, el espacio de las luchas emancipatorias no encaja estrictamente con un espacio de izquierda, sino con uno mucho más amplio, nacional-popular. Mariátegui señalaba que: “la idea de la nación (…) es en ciertos períodos históricos la encarnación del espíritu de libertad.” (1988:100) Nuestra tesis es que esta era de globalización neoliberal constituye uno de esos periodos históricos de los que habló el Amauta. El debate sobre lo nacional-popular en el Perú fue, lamentable, interrumpido. Urge retomarlo

Modernizar la izquierda, pero ¿en qué sentido?

La izquierda, como la entiendo, debe reencontrarse con el pueblo y sus problemáticas concretas, materiales y espirituales. Debe articular sus demandas en una propuesta transformadora coherente y entender que en un país como el Perú debe ser parte de un movimiento más amplio, nacional-popular, y que cualquier proyecto emancipatorio se inicia con la construcción de un Estado-nación-pueblo, como apuesta democrática e intercultural. Creemos, con Ernesto Laclau (2004), que la izquierda debe luchar por redistribución y reconocimiento, es decir, por la radicalización de la democracia y el pluralismo, tanto en el ámbito de las relaciones sociales cotidianas, como en el de la economía, la política y la cultura. Esta lucha es, en primer lugar, contra el neoliberalismo, la versión más salvaje del capitalismo global. Esto solo es posible si se consolida un Bloque progresista, nacionalista y de izquierda (o bloque nacional-popular), que plantee alternativas al neoliberalismo en todas sus dimensiones. A grandes rasgos, en cuanto a su propuesta económica, que apunta a la reconcentración de la riqueza y el poder a nivel global, y a la existencia de un Estado como comité ejecutivo de las grandes empresas; su propuesta política, que descansa en una supuesta neutralidad técnica y limita la democracia a la participación esporádica en elecciones (con el fraude y el golpe de Estado como cartas bajo la mesa); y su propuesta cultural, eurocentrista, que promueve el individualismo extremo, la falta de compromiso hacia el bien común y el consumismo como articulador de la identidad.

Cabe alertar sobre dos graves errores que podrían cometerse en esta apuesta por modernizar la izquierda: pensar que la modernización es cuestión de tecnócratas y creer que es posible una sociedad sin antagonismos. El tecnocratismo, la ilusión de poder reemplazar lo político por lo técnico, supuestamente “neutral”, no es patrimonio exclusivo de la derecha. Basta recordar el entusiasmo que generó el supuesto paso de la “administración de los hombres a la administración de las cosas”, que se inicia con Saint-Simon, y que fue recogido por Engels y por Lenin. No por casualidad el nuevo sentido común tecnocrático surge bajo la hegemonía global del neoliberalismo y el sueño del fin de las ideologías y de la historia: la era tecnocrática supone siempre la ilusión de algún final, ya sea del Estado, de los antagonismos, de (una de) las ideologías o de la política misma. Es interesante que actualmente la crítica al tecnocratismo provenga de la izquierda. Lo que debe suponer esta crítica, sin embargo, es un cuestionamiento a la racionalidad occidental, al eurocentrismo, de donde finalmente emana esta fe en lo técnico-neutral.(1)

El liberalismo asume que en política prima la racionalidad y que se puede convencer a la clase dominante mediante el diálogo o la prédica moral de que entregue parte de su poder. Con esto tiende a desconocer los antagonismos y con éstos, lo político como tal. (Mouffe, 2009) Modernizar la izquierda no significa hacerla tecnocrática, sino al contrario, retomar lo político como articulador de las relaciones sociales y las identidades colectivas, y como el único terreno en que se resuelven los conflictos y se dan soluciones (temporales, parciales y contingentes) a los antagonismos. Para modernizarse, la izquierda debe romper la camisa de fuerza liberal, articularse al espacio progresista y nacionalista, y retomar la ofensiva política, sin actitudes vergonzantes y sin ceder ante los múltiples chantajes de las fuerzas conservadoras.

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(1) Junto con esta fe en la técnica o la tecnología, el eurocentrismo marcó las concepciones y prácticas en relación a la verdad (objetiva) y la ciencia, que se hicieron dominantes dentro del marxismo. Edgardo Lander (2008) ha desarrollado ampliamente esta limitación epistemológica.

BIBLIOGRAFÍA

GRAMSCI, Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1998. (6ta edición)
LACLAU, Ernesto. Hegemonía y estrategia socialista. Buenos Aires: FCE, 2004.
LANDER, Edgardo. Contribución a la crítica del marxismo realmente existente. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana, 2008.
MARIÁTEGUI, José Carlos. Peruanicemos al Perú. Obras Completas Vol.11. Lima, Empresa Editora Amauta, 1988. 11ª Ed.
MOUFFE, Chantal. The democratic Paradox. London: Verso, 2009.
VARGAS LLOSA, Mario. “Raza, botas y nacionalismo”. En: El Comercio. Lima, 15 de enero de 2006.


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