martes, 14 de diciembre de 2010

MIZQ1. II. "La izquierda es de todxs" Valdizán, Guillermo


I. Desde dónde empezamos a contar

Mi generación nació en un contexto social marcado por la sólida presencia de una izquierda a nivel nacional. Creciendo vivimos su descenso (y con ella el descenso de la “política” en su esencia pública), siendo hijos generacionales del post-conflicto armado interno. Hoy somos parte de un nuevo posicionamiento de la izquierda peruana como alternativa de gobierno. Pero ¿qué significa ello? Si nos legislara la emoción podríamos decir que hemos vuelto a ser una propuesta de “masas”. Sin embargo, creo que nuestra reflexión en este momento será útil si nos permite visualizar nuestros procesos reales, nuestras condiciones orgánicas y sincerar nuestras perspectivas. Sin ello todo punto de “unidad” resultará una débil consigna.

Después de veinte años de neoliberalismo en el Perú, hablar de política es partir de un sentido común construido bajo las siguientes premisas: Democracia es mercado. Ergo, los enemigos de la democracia son los enemigos del mercado. La segunda premisa complementaria sería: Política es mercado. Ergo, la política es un bien privado de técnicos, empresarios y presumibles corruptos. Tal sentido común nos indica una visión “realista”, frente a la cual debemos aprender a salir adelante individualmente y punto. Esta visión conservadora que promueve la reducción de derechos y la profundización del modelo neoliberal aprendió también a monopolizar la memoria del conflicto armado interno: Un fantasma utilizado en ciertos momentos de polarización para identificar a la izquierda con el terrorismo y el pasado.

En términos económicos hemos crecido, pero al costo de ahondar los niveles de desigualdad y exclusión. Nuestra participación como país es desigual en la recomposición del mercado internacional y de su división del trabajo. Seguimos siendo un país básicamente exportador de materias primas, con la diferencia que hoy la escasez mundial de recursos energéticos han elevado los niveles de agresión de los intereses privados sobre las instituciones e intereses públicos nacionales. Del mismo modo concurren a este conflicto los problemas ambientales y la fragilidad de los derechos sociales y políticos en el país. Al calor de este escenario, donde el Perú es un caso emblemático en la región, surgen nuevos actores y nuevas agendas políticas.

Culturalmente es imposible tener una clara lectura del país sin tomar en cuenta los enormes aportes de las migraciones internas para la democratización de los imaginarios y la conquista de derechos ciudadanos (aunque dicho proceso no sea de una sola vez unánime y progresiva, más bien sinuosa y múltiple). Así también las repercusiones de la globalización en la formación e interacción de identidades, estilos de vida y visiones políticas. La discusión de cómo gobernar y cómo construir representaciones tiene que tomar en cuenta todos estos puntos. Es ahí donde radica la potencialidad de un proyecto político hoy.

II. Ser de izquierda: un compromiso ético con visión de futuro

A este rápido boceto de análisis urge añadirle nuestra voluntad de transformación. Voluntad que vemos realizada en los procesos y actitudes de cada organización que se asume de izquierda y donde tenemos que ser más sólidos en la autocrítica. Seguimos siendo centralistas, auto-referenciales, miramos aún nuestras militancias lejos de nuestra vida cotidiana y, ante los vacíos orgánicos y programáticos, siempre encontramos en la ideología un buen refugio. De aquí la falta de sintonía hacia afuera. Podríamos señalar algunas referencias del actual proceso de confluencias, renovaciones y persistencias de la izquierda peruana, pero aún no podemos hablar de un proceso consolidado y, por ende, estas ideas son estrictamente provisionales. No obstante tener apuntes de trabajo resulta siempre bueno para promover el debate.

Una novedad de este proceso es la advertencia de un cambio generacional y su capacidad de articulación, rompiendo el mito heredado de que la izquierda siempre se divide por el ansia de poder. No obstante, los niveles de articulación aún son frágiles y de corto alcance (coyunturalistas) y las formas de trabajo asumidas terminan fortaleciendo dicho déficit (llámese desorganización o grupismo). Por otro lado, las nuevas identidades de los recientes grupos de izquierda han renovado el ámbito discursivo, y por ello han calado en espacios intelectuales, pero aún no han cuajado seriamente como opción política con nuevas prácticas. El otro extremo es la insuficiente renovación (apenas algún giro táctico) en la lectura de la realidad y en la acción consiguiente por parte de las organizaciones con mayor edad y tradición.

Pero esta renovación generacional trae consigo una renovación de agendas y de formas de trabajar (la discusión del “cómo”). Entre las constancias veamos:

1

La participación organizada como medio y fin de la dimensión política, como aval de desarrollo y convivencia. No una mal interpretada competencia, sino una forma de ser y estar con el otro. De aquí que el derecho de “consulta previa” quede minimizado frente a la necesidad de “auto-gobierno” bajo la construcción de una democracia participativa, social y protagónica. Como izquierda necesitamos fortalecer las organizaciones sociales populares, sin creer que ellas nos pertenecen. Sólo en la medida que podamos sintonizar democráticamente con ellas podremos llamarnos izquierda. Esto implica una apuesta de largo alcance por un trabajo de organización desde las bases sociales, que descentralice las decisiones para socializar el poder.

2

El posicionamiento de una agenda política que evidencia la diversidad de actores, sus necesidades y apuestas (para no caer en el reduccionismo de mayorías y minorías). Dicha agenda ha revitalizado públicamente la discusión sobre derechos civiles, sexuales y ambientales. En tal sentido ha podido canalizar un conjunto de cuestionamientos que no encontraban una representación en el espacio político.

3

Semillas de gestión para otro tipo de desarrollo ya existen, y no necesariamente parten de organizaciones partidarias de izquierda, sino del mundo del arte, la cultura y de los movimientos indígenas (partiendo de las experiencias de las que me encuentro más cercano). Un ejemplo es la apuesta por la cultura y el trabajo comunitario como experiencias de desarrollo frente a la violencia urbana (FITECA, CIJAC, Vichama, etc.). Otro ejemplo claro es el caso de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas Amazónicos de Perú (AIDESEP). Ello nos plantea el reto de hacer de la izquierda un sinónimo de apertura y diálogo, identificada con dichas trayectorias. Ambas experiencias tienen décadas de trabajo comunal y resultados vivos de gestión, organización y perspectivas a largo plazo. Estas deben ser nuestras más valiosas escuelas.

Desde los microempresarios hasta las comunidades indígenas, pasando por los movimientos feministas, de diversidad sexual, los frentes regionales y las agrupaciones culturales, se está materializando un espectro de nuevas respuestas ante la privatización de la política. Sus apuestas no se sustentan necesariamente (algunas sí) en adhesiones ideológicas sino en un imaginario de comunidad solidaria y plural. Sus marcos reivindicativos se concentran en las capacidades reales de acción en espacios locales (ojo: “local” no es lo mismo que “fragmentado”) y sus formas de lucha se han diversificado. El Perú cambia y debemos aprender de dichos actores cómo renovar la izquierda.

Finalmente, a lo largo de este proceso abierto, ser de izquierda debe significar un compromiso ético por lo colectivo y una acción preferencial por quienes sufren esa muerte prematura que es la desigualdad social. No sólo ser de izquierda cuando tengamos el micrófono al frente, ni sólo en las marchas o asambleas. Serlo en casa, en familia, en el barrio. Esta lucha es tan política como cultural y no puede ser pedagogía sin antes saberse aprendizaje cotidiano.

Guillermo Valdizán
Sociólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y artista gráfico egresado de la Escuela de Bellas Artes. viejacatapulta@hotmail.com


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